Después de sobrevivir a una vida amarga, sofocada por las riñas, los robos, las drogas y la contaminación, esta bogotana con sus seis hijos logró escapar de su pasado después de siete años gracias a la Caja de la Vivienda Popular.
Vivía en un ranchito en la invasión de Palmitas, occidente de Bogotá, se nos metía el agua, manteníamos más mojados que secos y los niños no podían salir por tanto muchacho vicioso. Era una cosa horrible. Tocaba mantenerlos encerrados. Y cuando salían era con uno al parque. El peligro asechaba. La inseguridad era desbordante.
Hoy los niños tienen una nueva vida: salen a jugar libremente y nadie, absolutamente nadie les dice ni les hace nada. En la invasión uno no podía enviarlos a hacer un mandado. Los golpeaban, les quitaban la plata. Entonces tocaba mantener a los niños encerrados para evitar mayores problemas.
En la entrada de ese rancho estaba la sala, el comedor. A un lado mi habitación. En seguida, el cuarto de mis seis hijos. Al fondo el baño. Todo era en tabla, tejas, muy precario, humilde.
Entraba frío. Me tocó entapetar todo el rancho porque mis hijos sentían demasiado frío. Cuando llovía era tenaz. Nos tocaba estar pendientes de las goteras porque hasta en la cama nos caía agua. Olvidaba el sueño, me levantaba y ponía baldes dentro de la vivienda para que no se les mojara la camita.
Allá duré siete años hasta que funcionarios de la Caja de la Vivienda Popular llegaron a realizar un censo y a acompañar a otros funcionarios a colocar unas vacunas y nos dijeron que si queríamos salirnos de allí. Nos informaron que era mejor una vivienda digna y que si queríamos un hogar en mejores condiciones.
Dije que sí, no lo dudé. Firmé papeles de inmediato con los funcionarios de la Caja de la Vivienda porque no me iba a quedar más tiempo allá metida. Nos prometieron que nos pagarían un arriendo y que buscáramos una casa. Ahí empecé a buscar.
Me vine un domingo al barrio Caracolí, a más de 700 metros de la invasión. No fue fácil que me arrendaran. Las casas son pequeñas y tengo seis hijos, pero igual el dueño aceptó alquilarme. El propietario me citó una semana después, me dijo que sí y luego de cuatro días me pasé con mis ‘corotos’ (enseres). Tumbé mi rancho. Ya hace parte de mi pasado.
Mi vida realmente cambió. Mis hijos ahora salen, tienen muchos amigos, los domingos van a jugar fútbol con tranquilidad y hay muy buenos vecinos. La vivienda, donde me relocalizó la Caja de la Vivienda Popular, mientras me entregan la propia en los próximos meses es otro cuento: es perfecta, completa, bien hecha. Da calor, ya no sentimos frío, no nos caen goteras. Mis hijos hoy no tienen problema. Antes temía dejarlos solos y que el rancho se les quemara.
Cada uno tiene su habitación y todos duermen muy bien. Es otra vida, otro mundo, mi vida me cambió. Estoy muy agradecida con la Caja de la Vivienda Popular de Bogotá y ahora mucho más con el apartamento que me van a dar.
Al alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa quiero conocerlo. Ese día solo tendré palabras de agradecimientos para él porque mi vida es otra.
Sus vecinos de la invasión le insistieron en no desalojar su predio porque le incumplirían, pero hoy está agradecida porque su vida tuvo un giro de 180 grados.
Soy Nataly Rivera y lo digo: la Caja de la Vivienda Popular hizo un verdadero milagro conmigo, me ofreció la oportunidad de cambiar de vida, de cambiar de mundo y de desviar, para bien, el futuro de mis hijos.
Vivía en la invasión de Palmitas, en Bogotá. Estuve allí durante más de ocho años, pero mi vida fue precaria, difícil, con grandes necesidades y limitaciones, propias de un caserío ilegal donde había drogadicción, delincuencia y hurtos. Hoy- no lo dudo – es otra.
En un apartamento donde estoy en arriendo temporalmente, mientras me sale la vivienda que me entregará la Caja de la Vivienda Popular, tengo agua, energía eléctrica, todos los servicios públicos. Mi vida cambió completamente después de salir de ese sector, de ese hueco. Mis hijos hoy viven mejor. Ya salen de su casa sin problema, sin pensarlo, sin tener miedo a la inseguridad y vivo en un hogar que ya tiene forma.
Al alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa, quien sé fue protagonista en estas ayudas, solo me queda agradecerle porque nos cambió la vida. Nunca nos imaginamos que pudiéramos salir de allí y lo mejor a una vivienda mejor, propia, financiada por el Distrito, como exactamente ocurrió.
La Caja de la Vivienda Popular me paga el arriendo cumplidamente. Y confieso, al comienzo, sentí preocupación. En la invasión, cuando se adelantó el proceso de reubicación, la gente decía que la Alcaldía no cumplía, que no aceptáramos el desplazamiento, pero fue falso. Nos han cumplido en todo y estamos felices y agradecidos.
Lo que vivimos allí con mis hijos durante más de ocho años fue complejo: se escuchaban riñas, malas palabras, tiroteos. Solo escondía a mis tres hijos cuando veía problemas. Los ingresaba a la vivienda y no volvíamos a salir. El rancho donde estaba tenía humedad, hacía demasiado frío. Mis niños vivían enfermos, rodeados de roedores pero hoy mi situación es distinta. Soy una mujer feliz, renovada, con expectativas. Y lo más importante: optimista, llena de sueños y convencida que la decisión que tomé fue la mejor.
De lo contrario, estaría allí, en las mismas, pasando necesidades. Por esto, invito a las mujeres, a los hombres, a las familias que lo consideren que no duden en aceptar las propuestas de la Caja. ¡Sus vidas serán mejores!
Después de dos desplazamientos y casi diez años en la invasión de Palmitas, Olga Lucia Baquero tiene casa propia. La Caja de la Vivienda Popular le hizo su ‘milagro’.
Nueve años atrás salí desplazada de Potrero Grande, en el municipio de Colombia, Huila. Llegué al Tolima, el departamento vecino, pero me amenazaron nuevamente y terminé en Bogotá, en la invasión. No tenía a dónde ir y solo allí podría albergarme sin necesidad de pagar un arriendo o una cuota costosa de una casa.
La ilusión mía siempre fue sacar a mis hijos de Palmitas, esta invasión que no les garantizaba la seguridad y de donde no tengo duda se hubieran perdido en el mundo de la delincuencia y la drogadicción porque había demasiado ladrón. Las casas- por ejemplo- no se podían dejar solas.
Soy recicladora, desplazada y muy trabajadora, lo suficiente para anhelar una mejor vida. Sin embargo, llegó la Caja de la Vivienda Popular hasta la invasión desde mediados de 2016, nos identificó, nos censó y nos dio una nueva oportunidad de vida: la propuesta de una casa nueva. Hay familias con seis, siete, ocho hijos que no dudamos, que firmamos sin ni siquiera consultar.
Mi vida- después de aceptar una reubicación transitoria por parte de la Caja de la Vivienda Popular- cambió drásticamente. Nunca- les confieso- me había llegado la felicidad que estoy sintiendo: me sacaron de esa invasión donde viví de todo un poquito. Y gracias a la Alcaldía, al Distrito.
Ando tranquila, mis hijos caminan sin miedo, sin peligro. Me como un plato de comida en paz. No estoy pensando que la drogadicción toque a mis hijos o me los maten por despojarlos de sus cosas. ¡Es una bendición!
Esta nueva casa donde estoy relocalizada es distinta: tiene paredes, techo, me genera calor. Tiene cocina, patio para colgar la ropa. Es otro cuento.
Espero ansiosa mi casa nueva por parte de la Caja de la Vivienda Popular. Mientras tanto, desde mi hogar, pienso que si tuviera al frente al alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa, le diría: ‘gracias, Dios me lo bendiga, me lo cuide, me lo proteja siempre…le reconocería que si no nos hubiera sacado de ese hueco muchos niños, jóvenes se hubieran perdido en la drogadicción, en la delincuencia. Aunque, lastima se alcanzaron a perder adolescentes en el vicio’.
Alcalde muchísimas gracias, no tenemos con qué pagarle, que Dios le bendiga, le guarde, muchas gracias por lo que hizo no solo conmigo sino con el resto de mis compañeros. Fue un gran regalo que nos dio en Navidad (de 2016).
Después de más de seis años en medio de problemas, riñas, diferencias con los vecinos, Pilar Rivera salió de Palmitas y goza de una mejor vida.
Soy Pilar Rivera, vivo con mis tres hermosos hijos. Vivía en el sector de Puente Aranda, occidente de Bogotá, y un amigo (don Pedro) nos trajo a la invasión de Palmitas. Allí viví seis años en medio de dificultades, pero hoy mi vida está transformada gracias al apoyo de la Caja de la Vivienda Popular.
A mí me producía temor coger la buseta. Desde mi casa hacia el paradero del servicio público brotaban los delincuentes. Los vecinos eran muy queridos, excepto algunos.
Vivía allí con el papá de mis hijos, incluso en casa de mi suegra, pero me separé. Y mi hermano me hizo un ranchito aparte al interior de la misma invasión. Todos dormíamos en una misma cama. Éramos cuatro y casi ni cabíamos.
La casa tenía tejas de zinc, pero casi todas con problemas. Llovía más adentro que afuera. Nosotros teníamos que arreglar, ingeniarnos métodos para que no ingresara el agua, pero era casi imposible. Teníamos agua y energía eléctrica de forma ilegal, pero no teníamos baño. Tocaba buscar un caño. Yo no me sentía limpia. Había ratones, muchos animales. No podíamos dejar comida por ahí regada porque ellos se la comían.
Seis años después de permanecer en esta invasión, soportando necesidades y sorteando problemas apareció la Caja de la Vivienda Popular y me ofreció la oportunidad de salir con mis hijos. No lo dudé. De inmediato dije sí, firmé y procedí a diligenciar documentos y a escoger mi nueva casa.
De momento, estoy en arriendo, en relocalización transitoria, y la Caja me paga todo, excepto los servicios públicos. Vivo feliz, ansiosa, esperando las llaves de mi casa. Estoy llena de interrogantes, ¡quiero conocer ya mi vivienda! Allí pasaré el resto de mis días. Esto, gracias al alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa, a quien le agradezco y lo pongo en oración ante Dios.
600 personas cambiaron sus vidas luego de la intervención de la Bogotá Mejor Para Todos en el sector.
Durante años más de 160 familias se aferraban a la esperanza de salir del territorio en que vivían, se trataba de la invasión Palmitas, ubicada al suroccidente de Bogotá, en la localidad de Kennedy.
Leer Más600 personas cambiaron sus vidas luego de la intervención de la Bogotá Mejor Para Todos en el sector.
Durante años más de 160 familias se aferraban a la esperanza de salir del territorio en que vivían, se trataba de la invasión Palmitas, ubicada al suroccidente de Bogotá, en la localidad de Kennedy.
Este sector cercano al río Bogotá no contaba con servicios públicos ni casas bien fabricadas. Estas familias, en su mayoría con más de 5 hijos, llegaron al lugar en busca de un mejor futuro, sin embargo vivían entre escombros y basuras, producto de la labor de reciclaje a la que se dedicaban.
Desde que se realizó la primera visita en agosto del año pasado, todo el equipo social, técnico y jurídico de la Dirección de Reasentamientos de la entidad se volcó en la atención integral y prioritaria de las familias, con el único fin de cambiarles la vida.
Y así fue, cada vez son más los hogares que le agradecen al Alcalde Mayor y a los funcionarios de la CVP poner sus ojos sobre las problemáticas que vivían hace más de una década: delincuencia, tráfico de estupefacientes, riñas, violencia y condiciones insalubres y precarias.
A la fecha, el Distrito ha invertido más de 6.700 millones de pesos, representados en recursos económicos para acceder a una vivienda digna. Con este valor, 98 familias han seleccionado hogar en proyectos habitacionales en Bogotá y otros han decidido retornan a sus lugares de origen o buscar nuevas oportunidades fuera de la capital.
Lo anterior, se ha presentado en gran medida porque el 10 por ciento de las familias proviene de Antioquia, Bolívar, Caldas, Cundinamarca, Huila, Santander y Tolima, muchas víctimas del conflicto.
Hoy, Palmitas es solo parte de la memoria de quienes la habitaron. Desde hace más de nueve meses, estas personas iniciaron una nueva vida en casas de arriendo, mientras esperan con ansías las residencias que les entregará la Caja de la Vivienda Popular (CVP).
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